Para quien cree en un Ser Superior, creador y evolucionador de la vida, todas las religiones, han conseguido desde los albores del mundo, una relación del género humano, con ese Dios, que se determina básicamente en el miedo al castigo, si no actuamos conforme a sus designios.

Y Dios, está ya muy cansado de tantas idioteces, que se inventaron aquí en la Tierra, para manipular nuestras conciencias.

Estamos grabados a hierro y fuego, en el temor a las llamas del infierno, y muy pocas veces se nos habla por parte de las jerarquías, esas jerarquías eclesiales de cualquier religión, de las bondades de la Vida y de la Vida Eterna, que aparece desde el momento en que nacemos, o quizá antes de nacer en el seno de una familia.

Se manipula a Dios, con la intención de drogar las conciencias humanas, como anteriormente expreso, para lograr acatamiento y sumisión una vez que esas conciencias, son fácilmente manejables, por parte de aquellos que nos manejan.

Y si te sales del redil, estarás excomulgado, anatemizado, apartado en esta sociedad de pura apariencia, sin apenas fondo de moralidad, sin ética ni estética.
Nos importa demasiado “el qué dirán, el qué pensarán de nosotros”

Y cada uno de nosotros, vivimos esclavizados, por aparecer como gente normal ante los demás. Lo que hoy se supone ser una persona correcta.

Muchas veces, me pregunto, si la maldad en el ser humano, es congénita o adquirida. Realmente no lo sé, pero en verdad, me lo planteo en muchas ocasiones

En el creyente pueden surgir dudas sobre un punto u otro del mensaje cristiano.

La persona, se pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica, o un aspecto concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor clarificación.

Pero hay personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte, sienten que no pueden o no deben abandonar su religión, pero por otra no son capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.

El que se encuentra así, suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable.
¿Qué me ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puedo hacer en estos momentos? Tal vez lo primero es abordar positivamente esta situación ante Dios.

La duda nos hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad.

Ningún ser humano «posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia, hemos de caminar con humildad y sinceridad.

La duda, pone a prueba mi libertad. Nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que pronunciar un «sí» o un «no».
Por eso, la duda puede ser el mejor revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo convencional.

Lo primero no es encontrar respuestas a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del Evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar verdad alguna?

La fe brota del corazón sincero que se detiene a escuchar a Dios. Como dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón… que nadie, excepto Dios, conoce».

Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehúye. A pesar de toda clase de interrogantes e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe». El que ora así es ya creyente.

Fuente: José Antonio Pagola